Por Carroll Ríos
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Los niños en hogares monoparentales están peor, en promedio, que quienes crecen con dos padres biológicos.
Unos novios ahogados en su pastel de bodas ilustran la portada de la revista Time del 13 de julio. Dentro, rompe esquemas un ensayo por Caitlin Flanagan titulado Por qué el matrimonio importa. El aroma permisivo que suele emanar de sociedades como la estadounidense se topó con la cruda realidad. Ya vivieron cuarenta años de revolución sexual; ahora la valiente Flanagan lucha con el innegable, y deprimente, saldo, al punto de sentenciar que el desmoronamiento del matrimonio es el peor mal que azota a su país.
Gran impacto tiene el testimonio de dos feministas intelectualmente honestas, quienes concluyen renuentemente que la ausencia del padre daña irreparablemente al niño. Tras realizar trabajo de campo entre madres solteras pobres, Maria Kefalas observa que “la madre podrá no necesitar al hombre, pero sus hijos sí lo necesitan”. La socióloga de Princeton, Sara McLanahan, madre soltera, investigó entre la clase baja, media y alta. Encontró que los niños en hogares monoparentales “están peor, en promedio, que los niños que crecen en hogares con dos padres biológicos, indistintamente de su etnia o educación”.
Por eso llora sangre que cada año un millón de niños estadounidenses sufre el divorcio de sus padres. La mitad de los niños que nacen hoy a padres casados los verán divorciarse antes de cumplir 18 años. Sus cicatrices son físicas, emocionales y financieras: son más propensos a ser abusados, a consumir drogas, a delinquir y a suicidarse. Su rendimiento escolar baja. Muchos se sumen en la pobreza.
Se ha usado la metáfora del carrusel para ilustrar esta inestabilidad familiar, producto de la cohabitación, las uniones y las rupturas veloces. Los niños aprenden de adultos incapaces de adquirir compromisos y permanecer en sus vidas.
Exclama Randall Hekman, presidente del Foro de la Familia de Michigan: “Es más fácil divorciarme de mi esposa de 26 años que despedir a alguien que contraté hace una semana. La persona contratada tiene más influencia legal que mi esposa de 26 años. Eso está mal”.
Como anticipa la revista Time y estos estudios, en EE.UU. se intenta rescatar la institución del matrimonio porque es la base de la sociedad y porque con ello aliviarán cargas sociales que los programas estatales y los subsidios jamás revertirán. Es irónico, entonces, que en el Congreso de Guatemala se discutió la posibilidad de aprobar el divorcio express, con lo cual bastaría que una de las partes pidiera la “libertad civil” para destruir un hogar. Es sensata la postura entre los diputados de dar marcha atrás con esta iniciativa, pues montañas de evidencia empírica respaldan lo aquí expuesto.
He defendido siempre la libertad personal, cuya otra cara es la responsabilidad. Sé que la decisión de casarse y permanecer unidos pertenece exclusivamente a la pareja adulta, y por ello las leyes no pueden alentar la crueldad ni la inconsciencia. Los adultos están llamados a honrar los compromisos adquiridos libremente, y a asumir las consecuencias de los propios actos, sobre todo cuando está en juego el bienestar de sus inocentes hijos.