Hoy en día, para salir victoriosos en temas de amor y afectividad, muchos adultos jóvenes deben librar dos grandes batallas, indica David Lapp en su colaboración para Family Studies, el blog del Instituto de Estudios para la Familia (Institute for Family Studies).
Lapp comenta que la primera batalla es confrontar el pasado. Alrededor del 70% de 75 jóvenes que fueron entrevistados por él, se criaron en familias inestables, marcados por todo tipo de situaciones, desde el divorcio hasta el abuso y la adicción. Para muchos, la tarea era probar que podían ser diferentes. En consecuencia de esta problemática muchos viven bajo la consigna de nunca cometer los mismos errores.
El legado de la fragmentación familiar hace que algunos sean muy cautelosos sobre la decisión de formar un matrimonio. Por mucho que profesen su amor por su pareja, en bastantes ocasiones prefieren ganar tiempo viviendo juntos durante varios años, con el fin de asegurar que su “primera unión será su único matrimonio.” Mientras tanto, los niños que crían juntos son sólo una prueba de un apego apasionado.
En su artículo, el autor comenta que enfrentar el pasado implica un esfuerzo heroico para ganar confianza en una era de desconfianza. En el fondo, las escenas que muchos ven reflejan el divorcio de sus padres, algún tipo de abuso, batallas con las drogas y enfermedades mentales. A veces una madre es quien le recuerda a su hija que no se puede confiar en los hombres, o un padre advierte a su hijo que a las mujeres solo les interesa el dinero. Los niños reconocen que sus padres tienen razones para creer estas cosas, pero muchas veces se comprometen a que sus casos serán diferentes. Las dificultades se convierten en un impulso.
La segunda batalla es conquistar el futuro: para escribir una historia diferente a la que han conocido en sus propias familias, o al menos lo que perciben de la cultura. Muchos de los que se casan hoy en día, con orgullo marcan su aniversario: son como la pareja de la canción, que se casó joven y la gente dijo que durarían poco, pero siguen en la lucha.
Pero entonces, para muchas de estas parejas, algo sucede y deciden o concluyen que el amor se terminó. Paul R. Amato y Bryndl Hohmann-Marriott, investigadores en temas de familia, descubrieron que en una muestra de más de 500 parejas que se divorciaron, alrededor de la mitad había estado en relaciones con altos niveles de angustia. También encontraron que alrededor de un tercio de las parejas que se divorciaron tenían por lo menos uno de los cónyuges que provenía de una familia divorciada, en comparación con sólo el 16 por ciento de las parejas casadas que se quedaron juntas.
Judith Wallerstein, quien pasó años escuchando las historias de hijos del divorcio (la mayoría de los cuales provenían de familias relativamente acomodadas), lo explicó de esta manera: “Un hallazgo central de mi investigación es que los niños no solo identifican a su madre y a su padre de manera separada, sino también la relación entre ellos. Llevan el ejemplo de esta relación en la edad adulta y la utilizan para buscar la imagen de su nueva familia. La ausencia de una buena imagen influye negativamente en su búsqueda del amor, la intimidad y el compromiso.”
En ausencia de una familia amorosa, intacta, ¿quién nutre la confianza? Hay quienes abogan por el matrimonio, teniendo en cuenta todo, desde sus ventajas económicas a los beneficios para los niños. Lo que dicen es cierto, pero ese mensaje va a caer en saco roto entre las personas con buenas razones para desconfiar del matrimonio; debido a que por lo general las personas no se inscriben en una institución en la cual no confían. ¿Por qué lo harías? E incluso cuando se da el salto, todavía queda el pensamiento: esto podría fácilmente fallar.
Tampoco es que la gente de familias fragmentadas sean víctima indefensa de las decisiones de sus padres y estén destinados a fallar con el tiempo en sus propios matrimonios. Pero el legado de la fragmentación de la familia presenta desafíos específicos para muchos adultos, hijos del divorcio, y sería una locura pretender ignorarlo.
El legado de la fragmentación de la familia seguramente no es el único saboteador en la formación de la confianza, pero es muy importante. Y “sabotaje” es una descripción acertada, ya que transmite cómo los deseos profundos para la estabilidad de la familia, deben lidiar con la desconfianza persistente.
Lapp afirma que la confianza lo es todo. Sin confianza, es difícil formar lazos duraderos, y sin lazos duraderos, es difícil de forjar el sentido, y sin sentido los cimientos son escasos: no se puede perseverar si no se le encuentra un sentido a las relaciones, a la religión, al trabajo, o a la comunidad. En este aspecto Viktor Frankl solía citar a Friedrich Nietzsche: “El que tiene un por qué vivir, puede soportar casi cualquier cómo“. Es por eso que la crisis de confianza hace metástasis en una crisis de sentido. Cuando la confianza se rompe, el significado o sentido también se rompe.
En FADEP compartimos la visión del fortalecimiento de la familia, como base y cimiento para el futuro de la sociedad. Y es que al final del día, la complejidad de la vida familiar puede llegar a ser un ciclo interminable de patrones repetidos, para bien o para mal. Vale la pena luchar por nutrir y robustecer la institución básica, núcleo fundamental de la humanidad. Es dentro de esta primera esfera social donde se está formando y construyendo el futuro de las naciones.