El sexo y el género serían dos dimensiones que confluyen en una misma realidad: la identidad sexual del ser humano. Ambas perspectivas no se presentan como antagónicas, sino complementarias. Se trata, por ello, de dimensiones que, en un desarrollo equilibrado de la persona, están llamadas a integrarse armónicamente. Así lo resalta la profesora, Angela Aparisi, en su libro “Modelos de relación de sexo-genero: de la “ideología del género” al modelo de complementariedad varón-mujer”
En la actualidad, el término género ha evolucionado y cada vez es más usado. Aunque en un principio se busca el reconocimiento de los derechos humanos de forma igualitaria tanto para hombres como para mujeres, y con ello acabar con la discriminación para ésta últimas, ese objetivo parece haberse olvidado. Ahora más que una igualdad de derechos para ambos sexos, el feminismo radical busca igualar los conceptos hombre y mujer, sin considerar que ello no es posible puesto que cada uno es diferente según su naturaleza femenina o masculina, y que más allá de ser iguales el hombre y la mujer son complementarios.
El libro explica una dimensión conceptual del término género. Expone que el mismo se ha instalado en el discurso antropológico, social, político y legal contemporáneo. Se ha integrado en el lenguaje académico, en las normas jurídicas y, fundamentalmente, desde 1995, en muchos documentos y programas de Naciones Unidas. Se trata de un vocablo polisémico que, desde antiguo, ha designado la diferencia biológica de los sexos, asimismo, ha sido empleado en lógica, en filosofía y en lingüística (distinguía palabras masculinas, femeninas o neutras). También se ha utilizado para referirse a la humanidad (género humano) o, en general, para apelar a una categoría conceptual que agrupa individuos o cosas con similares características relevantes. A partir de los años sesenta del siglo pasado fue usado, con resultados positivos, en la lucha contra la discriminación de la mujer.
Sin embargo, desde hace algunos años, el término género ha evolucionado, en su uso antropológico, hacia posiciones mucho más radicales y ambiguas resalta la profesora Aparisi. Adivierte que, en las teorías de género, se ha buscado suplantar la base biológica de la diferencia sexuada, hasta llegar a ignorarla o abolirla, logrando llegar así a lo que hoy se conoce como “ideología del género. Así, a través de esta ideología se ha dado lugar a pensar – erróneamente – que cualquier diferencia entre varón y mujer responde, íntegramente, al proceso de socialización e inculturación.
Angela Aparisi concluye su libro manifestando que el reto de hoy en día está en no dividir al ser humano en compartimentos estancos sino, por el contrario, ser capaz de integrar lo que, en apariencia, puede aparecer disgregado. En consecuencia, frente al dualismo de la “ideología de género”, el nuevo paradigma o modelo debe ser de carácter unitario. Ello inclina a entender a la persona como una unidad inseparable entre cuerpo y espíritu, entre dimensión corporal y autonomía o racionalidad, entre naturaleza y cultura, entre sexo y género, pasando así del modelo antagonista y conflictual, al modelo de la complementariedad. En consecuencia, frente a la promoción actual —e incluso la imposición legal— de un igualitarismo radical, se plantearía la necesidad de hacer compatibles las categorías de igualdad y diferencia entre varón y mujer. Presuponiendo la igual dignidad ontológica y la consiguiente igualdad de derechos, el derecho debería armonizarla con el reconocimiento de la diferencia en aquellos ámbitos en los que esta sea relevante como, por ejemplo, en la maternidad.
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