Durante las primeras semanas de enero es común que recordemos con nostalgia las fiestas de fin de año, los convivos y celebraciones en las que hemos estado con la familia y los amigos. Hagamos juntos un breve ejercicio mental: ¿Puedes recordar con cuantas personas pasaste el 24 o el 31 de diciembre en la noche? Este año que acaba de terminar… o hace 30 años atrás ¿Con cuántas personas habrán compartido tus abuelos estas fechas? ¿Con cuantos familiares irán a celebrar tus nietos estas fiestas? ¿Será que antes las reuniones familiares eran más grandes?
Puede que en cada caso particular el número de familiares en una celebración haya disminuido o aumentado. Sin embargo es interesante lo que dice la estadística. El estudio liderado por el guatemalteco Diego Alburez afirma que mientras una mujer de 65 años en 1950 podía esperar tener 41 parientes vivos, se proyecta que una mujer de 65 años en el 2095 tendrá sólo 25 parientes. Esto representa una disminución global del 38%. Lo que nos indica una reducción general de la población y por consecuencia del tamaño de las familias.
Ahora bien, esta disminución ¿es buena o es mala? Nuestra intuición nos dice que es algo más negativo que positivo: no hay nada como convivir con una familia grande y gozar de la alegría que traen las nuevas generaciones de parientes, siempre y cuanto las relaciones sean cordiales.
Otro aspecto interesante que resalta el estudio de Alburez es que la composición etaria de la familia ha cambiado. La esperanza de vida a nivel mundial aumentó, por lo que en cada familia hay (y habrán) más mayores que deberán de ser cuidados en el futuro, con menos personas jóvenes de la familia. En el cuidado “informal” del adulto mayor, cómo indica el estudio, hay una crisis muy parecida a la que ya viven países desarrollados por el inverno demográfico. Ahora, en un país en donde la seguridad social y la jubilación es para un porcentaje reducido de la sociedad, es un tema al cual vale la pena ponerle atención.
Mientras hay personas que pueden celebrar tener menos natalidad en un país, porque esto podría aumentar el PIB per cápita a corto plazo, hay otros problemas que hay que observar en una mirada holística de las consecuencias de una baja natalidad. Las personas son y serán siempre el activo más importante de una sociedad; mejor aún si tienen una buena educación y salud. Una visión antinatalista, solo nos llevará a tener una sociedad más egoísta y trivial, que se enfoca en el presente y no ve que el futuro está en la población joven y la niñez.
¿Quiénes cuidarán a las generaciones que envejecen? ¿Quiénes serán el futuro de nuestro país? ¿Que pasaría si en nuestras fiestas de fin de año cada vez son menos los participantes? La última pregunta seguro es el menor de nuestros problemas, pero considero es un buen ejemplo de lo que es una sociedad con menos personas: menos ideas, menos ilusiones, menos esperanza.
En una nota publicada por Prensa Libre en noviembre del 2023 titulada “Menos nacimientos y matrimonios en Guatemala” se habla de la “oportunidad única” para mejorar la calidad de vida del país; pues comenta que la baja de natalidad a nivel nacional “es una demostración de que Guatemala está próxima a experimentar el inicio del Bono Demográfico, un período de alrededor de 20 años que se caracterizará por menor cantidad de nacimientos, mayor esperanza de vida, el alargamiento de la etapa productiva previa al matrimonio”.
La verdad es que Guatemala ya tiene varios años de tener un bono demográfico y es importante aprovecharlo. Es de suma relevancia invertir en capital humano para aprovechar la juventud del país. Según datos del Instituto Nacional de Estadística la Población Económicamente Activa PEA es del 51%, mientas que en el departamento de Guatemala es del 61% ¿Cómo aprovecharemos esta oportunidad?