Un artículo del investigador Ryan T. Anderson publicado por The Heritage Foundation y traducido por Aceprensa, hace alusión a por qué el matrimonio no tiene nada que ver con la raza de los cónyuges y sí con la diversidad sexual de ambos. Quienes defienden el “matrimonio” entre personas del mismo sexo, se adjudican la oposición que alguna vez tuvieron personas de distintas razas para poder contraer matrimonio por cuestiones de sangre y diferencia en el color de la piel.
En la historia humana aparecen comunidades políticas que prohíben el matrimonio interracial, restricciones que nada tienen que ver con la naturaleza del matrimonio, y sí mucho con la negación de la igualdad y dignidad ante la ley. Tales leyes, prácticamente exclusivas de EE.UU., fueron concebidas como consecuencia de la idea de que los esclavos negros no eran ciudadanos ni personas. Esto es algo que nada tiene que ver con la naturaleza del matrimonio, y sí con ideas erróneas acerca de la naturaleza humana y la dignidad de las personas de color.
Así pues, las leyes que definen el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer no son injustas. Para enterarse de cuándo una ley sobre la materia es justa o injusta, hay que saber en qué consiste el matrimonio, que debe ser “ciego al color”, pero no “ciego al género”. La melanina que contiene la piel de dos personas no tiene nada que ver con su capacidad de unirse en un nexo natural, ordenado a la procreación. Por ello, la diferencia sexual entre un hombre y una mujer sí es central.
Creer que el matrimonio es solo la unión de un hombre y una mujer es una creencia razonable: grandes pensadores, a través de la historia de la humanidad, en cualquier comunidad política, lo consideraron como tal.
Dicha conclusión nace de una adecuada comprensión de la naturaleza humana. El matrimonio une a los esposos en todos los niveles de su ser: corazones, mentes y cuerpos, en los que hombre y mujer configuran una unión de dos en una sola carne. Que hombres y mujeres son distintos y complementarios está fundado en la verdad antropológica; en el hecho biológico de que la reproducción requiere de un hombre y una mujer, y en la realidad sociológica de que los hijos se benefician de tener un padre y una madre.
Entonces de este artículo podemos concluir que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer que nace del libre consentimiento de los cónyuges, y cuyo origen se fundamenta en su naturaleza, y no en costumbres o en la voluntad legislativa de las autoridades.
El matrimonio, con los fines que le son propios y con sus propiedades esenciales, proviene de la naturaleza integral del hombre. Dentro de las particularidades que definen al matrimonio encontramos la diversidad sexual, la unidad, consensualidad.
En ningún momento encontramos la raza como elemento esencial del matrimonio puesto que ello no afecta su esencia. Cumpliendo las anteriores características son un verdadero matrimonio tanto dos latinos, como dos europeos, o un asiático y una canadiense. Lo que realmente importa es la unión de un hombre y una mujer.