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Demografía: un poco de historia

Cuando pensamos en el aumento de la natalidad o el crecimiento poblacional, a menudo nos viene a la mente una idea que hemos escuchado muchas veces, ya sea en películas, documentales, conversaciones, etc. Esta idea nos dice que “traer un bebé al mundo es una gran carga” o “debemos tener menos hijos para proteger el medio ambiente”. Si bien es cierto que el ser humano es un consumidor, esta perspectiva de la realidad es muy pesimista y obvia la naturaleza creadora de la persona.

Quién inició este pensamiento fue el economista británico Thomas Malthus, quien a finales del siglo XVIII afirmaba que la sociedad llegaría a su fin para 1850 debido a la sobrepoblación. Según Malthus, los recursos aumentan de manera lineal (progresión aritmética), mientras la población crece de forma exponencial (progresión geométrica), lo que crea un desequilibrio económico poblacional que sería una especie de bomba de tiempo. Más tarde, los conceptos de Malthus fueron desarrollados por otras figuras, como Francisco Place y Robert Dale Owen, quienes continuaron con el “neo-malthusianismo”. Esta corriente de pensamiento busca controlar el crecimiento poblacional de la clase obrera mediante el uso de anticonceptivos y la “planificación familiar responsable”, lo que dio lugar a los movimientos antinatalistas como “Childfree, Dinks (Double Income, No Kids)” que conocemos hoy en día.

Aunque ser padre o madre conlleva una responsabilidad significativa y esfuerzo a lo largo de la vida, no debemos pasar por alto todos los aspectos positivos que una vida trae consigo, como ideas enriquecedoras, amistades, oportunidades económicas, nuevas familias a futuro, crecimiento cultural, entre otras. Cada nueva vida siempre encarna esperanza y optimismo para una sociedad mejor, ya que el niño que nace hoy, en las condiciones adecuadas, podrá convertirse en un profesional, trabajador, estudiante y ciudadano que contribuirá al bienestar de la sociedad y brindará esperanza a nuestra nación, si lo logramos educar, motivar y formar para ello.

Otros economistas, como Julian Simon y Ester Boserup, defienden la perspectiva opuesta a la de Malthus. Simon argumenta que no existe evidencia empírica que respalde la idea de que la población sea la causa del deterioro del medio ambiente, señalando que el consumo desenfrenado ha sido el principal culpable. Además, sostiene que los seres humanos somos “el recurso por excelencia”, ya que el desarrollo económico está correlacionado con el crecimiento poblacional; las personas “no solo generan problemas sino soluciones”. En palabras de Ester Boserup, “el ingenio supera siempre a la demanda”, lo que respalda la noción de que el crecimiento demográfico puede impulsar la innovación y las soluciones a los desafíos.

No es un secreto que muchas empresas, en su búsqueda de mayores ganancias, tienen incentivos para fomentar mayores consumos, lejanos a los óptimos para el planeta, así como existen incentivos perversos para ocultar mejores formas de producir y ser más socialmente responsables, sin tomar en cuenta las ganancias que se pueden hacer. En ocasiones, la cuestión medioambiental se disfraza de egoísmo y falta de responsabilidad social empresarial por parte de las compañías.

En un mundo cada vez más influenciado por las ideas neo-malthusianas, es importante reflexionar sobre si esta tesis es válida. Muchos países con tasas de natalidad muy bajas ya están experimentando las consecuencias. En el caso de Guatemala, nos encontramos en un punto crítico, con una tasa de natalidad de 2.3 hijos por mujer en edad fértil, lo que significa que el índice de reemplazo poblacional está al borde de disminuir.

El “Informe Kissinger” publicado en 1974 tuvo también un importante efecto en la evolución demográfica.  Como lo explica una publicación reciente de la revista Omnes:

”  El plan de acción del documento diseñado por Henry Kissinger, secretario de Estado de los Estados Unidos en los años 70 del siglo XX, tenía por objeto el control y la reducción de la natalidad en los países menos desarrollados, y se basaba en las siguientes alarmas: 1) crecimiento explosivo de la población en buena parte del mundo, en especial en África; 2) primera gran crisis del petróleo, que hizo multiplicarse por cuatro los precios el crudo (1973-1974); 3) un año de clima adverso (1972) en gran parte del globo con fuerte descenso de la producción de alimentos; y 4) implicaciones de estos factores en la seguridad nacional  y los intereses de Estados Unidos en el exterior.”

El informe tuvo grandes efectos entre los cuales destaca un fuerte descenso de natalidad en Iberoamérica y en Asia; descenso que aun presenta consecuencias y que hoy en día nos enfrenta a un invierno demográfico difícil de revertir .

“Además, el programa antinatalista norteamericano contemplaba “la facilitación de medios y métodos contraceptivos (píldoras, preservativos, esterilización, técnicas para evitar el embarazo)”. Y sobre el aborto, el informe señalaba “que el gobierno de EEUU tiene prohibido promoverlo en el exterior”, Sin embargo, “el plan que impulsó este informe es abortista, aunque lo sea de manera solapada, no frontal”, ha asegurado el ingeniero Alejandro Macarrón, coordinador del Observatorio Demográfico de la Universidad CEU San Pablo.

Por otra parte, el plan incluyó mejoras en sanidad y nutrición para evitar la mortalidad infantil, lucha contra el analfabetismo, e iniciativas en empleo de la mujer, y Seguridad Social para la vejez que hiciera disminuir la necesidad de tener hijos para cuidar a los ancianos.

La demografía pasa factura.  La reducción de la natalidad no es el camino para un mejor desarrollo.  Es crucial considerar qué cambios y mejoras necesita nuestra sociedad para cuidar mejor nuestro entorno, cambios que pueden provenir tanto de las empresas como del gobierno y las familias.

Lee aquí el artículo completo de la revista Omnes.