La situación actual en la que nos encontramos, puede generar un sinfín de emociones en cada persona: incertidumbre, ansiedad, estrés, soledad, etc. Ello derivado del repentino cambio del estilo de vida al que estábamos acostumbrados, a uno bastante diferente, pero que presenta la oportunidad de crear nuevos hábitos, optimizar nuestras capacidades y sobre todo, aprovechar el tiempo en familia.
Las jornadas de trabajo y estudio, las horas de tráfico y la ajetreada rutina cotidiana de cada persona, dificultaba el compartir en familia antes de que las condiciones de prevención de contagio de COVID19 nos demandaran permanecer confinados en casa. Estando todos los miembros de la familia reunidos se puede mejorar la comunicación familiar y fortalecer las relaciones que por muchas razones podían haberse descuidado. Es una oportunidad para priorizar nuevamente nuestro entorno familiar.
Se ha comprobado que la población perteneciente al grupo etario mayor de 60 años es más vulnerable frente al COVID19, es decir, presenta mayores riesgos de salud al contagiarse. Por lo que, en la coyuntura actual, es necesario reconocer la importancia del adulto mayor para la sociedad y examinar la manera en la que nos relacionamos con ellos.
En Guatemala, la esperanza de vida es de 73.81 años según el Banco Mundial, es decir, que los guatemaltecos viven en promedio, 74 años. Y según los resultados del Censo Nacional de Población y Vivienda realizado en el 2018, el 8.1% de la población total de Guatemala es mayor de 60 años. Lo cual implica que en el país hay un total de 1,208,244 personas dentro del grupo etario de mayor vulnerabilidad.
Cabe resaltar que según estudios de psicología, el grupo etario mayor de 65 años es el más heterogéneo en sus capacidades, estado de salud física y mental, necesidades de atención, etc. no obstante, es imprescindible tomar conciencia que todos los adultos mayores requieren de la atención, compañía y cuidado de personas cercanas a ellos, idealmente de los miembros de su familia; en especial, considerando la situación actual.
Este es el momento ideal para fomentar, en la familia, la solidaridad intergeneracional, como un aporte para el bienestar de cada miembro familiar, especialmente de los más grandes. Según estudios de psicología evolutiva y social, los grupos sociales que más probabilidad presentan de sobrevivir y de alcanzar una mejor calidad de vida, son aquellos en los que sus miembros tienen comportamientos solidarios y cooperativos más frecuentes, en comparación de los grupos sociales en donde prima la individualidad. Lo anterior infiere que, la atención que dedicamos a cada miembro de nuestra familia y el tiempo que compartimos, contribuye a su bienestar.
La convivencia intergeneracional, además, ha demostrado tener repercusiones positivas. La interacción entre niños y adolescentes con sus padres y, especialmente con sus abuelos, influye en la creación y fortalecimiento de vínculos afectivos con su familia, dentro de su ámbito de estudio o trabajo y dentro la sociedad en general. Además, un estudio reciente de la Universidad Federal de Bahía, reveló que, generar espacios de interacción intergeneracional con objetivos educativos y culturales, fortalece el tejido social y fomenta el interés de los más jóvenes por el bienestar de los adultos mayores, así sean parte de su familia o no.
Como conclusión, tomemos la condición actual de confinamiento para aprender de los más grandes del hogar, compartir padres e hijos y fomentar la solidaridad en nuestro principal grupo social: nuestra familia; así, cuando volvamos a nuestro estilo de vida “post-COVID19” seamos más fraternos y más humanos.